lunes, 4 de julio de 2016

Walter Benjamin, Paris.

El camino está asociado a los miedos de la exploración que tuvieron que sentir los adelantados de las  tribus nómadas. Aún hoy, todo caminante solitario siente los caprichosos rodeos y recodos de los caminos las perentorias indicaciones seguidas por las antiguas hordas en sus desplazamientos. Por contra, el que toma una calle no necesita, en principio, d una mano que le guíe y oriente; no lo toma con temores de explorador sino que antes suele quedar fascinado por la alfombra de monótono asfalto que se despliega ante él. El laberinto, por su parte, es la síntesis de estos dos temores; es un monótono explorar.

Para saber hasta que punto podemos sentirnos visceralmente a gusto, conviene dejarse llevar por el vértigo de esas calles cuya oscuridad tanto se parece al regazo de una porstituta.

Que fuerza adquieren los nombres dela ciudad cuando aparecen en el laberinto subterráneo del metro! Resuenan como cercanas provincias trogloditas: Solférino, Italia, Rome, Concorde o Campanar; como si nada de esto pudiera, ahí arriba, en la superficie, mezclarse con el cielo abierto.

La ciudad ha concedido a todas las palabras, o al menos a gran cantidad de ellas, una posibilidad hasta entonces reservada a un pequeño número, a una clase privilegiada de palabras: ser ennoblecidas, formar parte de la aristocracia de la palabra. Una revolución del lenguaje llevada a cabo por algo tan sencillo como la calle- Gracias a los nombres de las calles, la ciudad se convierte en un cosmos lingüístico.

Comercio y trasiego son los dos componentes de la calle. En los pasajes, sin embargo, el segundo prácticamente ha desaparecido: el tráfico es ahí limitado. El pasaje es sólo la lasciva calle del comercio, sólo pretende despertar los apetitos. Y como en esa calle todos los humores circulan lentamente, las mercancías pueden proliferar en las fachadas y entablar nuevas y fantásticas relaciones con los ejidos de las úlceras. EL flâneur sabotea ese tráfico. Tampoco es un comprador. Es mercancía.
Con la creación de los grandes almacenes, por primera vez en la historia, los consumidores empiezan a sentir que conforman una masa. ( Antes sólo las hambrunas provocaban ese sentimiento.) Esto Fomenta, notablemente, la dimensión circense y teatral del comercio.

Con la producción de artículos para el consumo de masa aparece el concepto de ¨especialidad¨, cuya relación con la noción de ¨originalidad¨ merece ser estudiada.

Los precios marcados supusieron otra audaz innovación: suprimir el regateo y la ¨vente au procédé¨, es decir, el ajuste del precio en función del aspecto del comprador.

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