domingo, 20 de abril de 2014

Knut Hamsun, Pan. Capitulo IV

En estos días de resurreción de la Naturaleza, la caza era tan abundante, que mi escopeta debió de sentir satisfechos sus nudos mortíferos instintos. A veces, no contento con las liebres, ocurríaseme tirar sobre cualquier ave marina posada en el saliente del roquedo; y el aire era tan transparente, que ni un tiro erraba.
¡Oh, qué días incomparables| El ansia de disfrutarlos impelíame de tal modo, que a veces me abastecía de provisiones para dos o tres días y me iba en excursión hasta los más altos picos, donde los lapones me obsequiaban con sus mantecosos quesitos aromáticos a hierba.
De regreso, apretaba la caza en mi morral para dar sitio a algún pájaro tardío, y en lugar de meterme bajo el techado, me sentaba sobre algún repecho, amarraba a Esopo cerca de mí y me ponía a contemplar el mar oscuro y susrrante bajo el desmayo del crepúsculo. Las vertientes de las montañas negreaban en la creciente sombra, y el agua deslizábase por ellas con leve rumor, dándoles un brillo móvil, que abreviaba las horas. Y en estos éxtasis pasaban por mimente ideas ingenuas; por ejemplo: ¨Esos arroyuelos cantan sin que nadie se detenga a oír su múscia humilde, y , sin embargo , no se intranquilizan y prosiguen su suave canción, armonizada con el ritmo de todos los mundos¨ En ocasiones, con súbito estrépito, el gruñido inmenso de un trueno hacia trepitar al paisaje; alguna roca movediza rodaba hasta el mar, dejando una estela de polvo leve y ascendente, cual si fuera humo; Esopo alzaba la trémula nariz, sorprendido de aquel repentino olor a tierra húmeda... La montaña estaba tan socavada, que a veces bastaba un tiro o un grito para originar la caida de una de las piedras inestablemente sujetas a la ladera; y yo me entretenía en lanzar grandes voces para ver caer aquellas piedras, tal vez ávidas de ir a refrescarse en el mar.
Por una noción repentina del tiempo, tan muellemente fugitivo durante horas y horas, libertaba a Esopo, y echándome el morral a cuestas, continuaba el camino, En la penumbra vesperal no tardaba en encontrar el familiar sendero, y seguía su zig zag sin premura, al melancólico paso de quein no es esperado por nadie en su casa. Como soberano caprichoso  iba de un lado a otro por mis dominios, y los pájaros detenían su algarabía cual tímidos cortesanos al yo acercarme. Solo alguno más audaz cantaba sin hacerme caso..., y estos era mis preferidos.
Cierto mediodía, al transponer un recodo, vi que dos personas caminaban delante de mí, apresuré la marcha para averiguar quiénes eran; antes de alcanzarlos conocí, por su paso irregular, al doctor, y por su garbo tierno, a la vez d emujer y de niña. a Eduarda. Cuando se volvieron, los saludé, empezamos a charlar y parecieron interesarse tanto por mi escopeta, por mi canana, por mi brújula, por mi libre género de vida, que los invité a venir a verme.
Como tantas veces, la tarde sobrevino  cuando mi alma avara no se habia ahitado aún del oro del día; y hube de regresar y encender mi lumbre y asar en la llama la pieza más hermosa de mi morral y acostarme para adormecer una actividad deseosa de ejercerse en espera del día siguiente. Peor el sueño no cerraba por completo mis ojos. EL silencio y la quietud circundantes avivaban  mi alma y me levanté, e inclinado sobre el alféizar de mi ventanuca, me puse a contemplar el mágico reflejo que que como una siembra estelar caía sobre los campos, sobre el mar. Aún no hacia mucho que había visto desaparecer el sol dejando sobre el confín occdiental manchas rojas y espesas,como de aceite, el cielo, durante un momento, lució terso,hasta que, muy despacio. con maravillosa timidez, las estrellas comenzaron a vivir... Y ahora el firmamento esplendía de lucecitas de azulosa plata... Eran millares. millones... Y había algo tan grande y tan bueno en la repeticiñon eterna de ese espectáculo, que mis ojos se comunicaron estrechamente con mi alma, dándole la sensación de estar contemplando el fondo de la obra de Dios.
El corazón aceleró su ritmo, cual si la inmensidad vacía fuera su morada familiar; y otra vez las ideas ingenuas acudieron casi amis labios en esta pregunta d eniño: ¿ Por qué se adornó esta tarde el horizonte de lila sy oro? ¿ Será esta noche fiesta allá arriba, y mis oidos imperfectos no podrán recibir la música de maravillosas orquestas, ni mis ojos alcanzar los ríos siderales, sobre los que, en suavísima procesión, irán miríadas de barcas con las velas henchidas?. Tal vez, tal vez...¨Y con los ojos entornados miro dentro de mí el supuesto desfile, que sigue el hilo de mi ensoñacion, despertando ideas, imánes,luces..., hasta que llegan la fatiga y el sueño.
Así pasaron muchos días. Otros me pasaba observando los accidentes del deshielo, sin ocuparme, a pocas provisiones que tuviera, de casa; atento a los secretos de la Naturaleza que se me iba revelando, a modo de premios a un anhelo puro y tenaz. Cada día percibía transformaciones en torno, cual si árboles, animales y piedras se aprestaran a recibir al astío ya cercano. El molino estaba prisionero en las nieves, mas en derredor la tierra aparecía apisonada por los pasos de cuantos hombres, durante años y años, habían pasado por alli cargados de repletos costales; y en las paredes leíanse letras enlazadas y fechas que a veces me daban la impresión de rostros conocidos esforzándose en gesticular contra el olvido y en eternizar lo que solo dura un minuto y pasa después para siempre... ¡para siempre!

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