jueves, 11 de abril de 2013

José María Yturralde, Entropia

Museo de Arte Abstracto de Cuenca ( 1965-1967 )

A través de Gustavo Torner conocí a Fernando Zóbel, quien nos invitó a Jordi Teixidor y a mi a trabajar durante dos veranos en el Museo de Arte Abtracto Español. Fue una de las experiencias más significativas para la formación del joven aprendiz de artista que era en aquel tiempo. Esas inolvidables temporadas que pasé en el museo recién inagurado, cuya colección se basó en la obra extraordinariamente bien elegida y generosamente donada del pintor Fernando Zóbel y en cuyo proyecto colaboraron algunos amigos suyos como Gustavo Torner, Antonio Lorenzo, Antonio Saura o Gerardo Rueda, tuvieron lugar en un momento clave para nuestra formación. El museo se inauguró el 30 de junio de 1966. Vivíamos en Cuenca y la relación cercana con Teixidor, los comentarios y observaciones que pudimos mantener durante este tiempo tuvieron, al menos para mí, la misma o incluso más importancia que nuestro contacto con los maestros citados. Este compañero de fatigas, que no lo eran puesto que hacíamos lo que nuestra vocación nos dictaba, llegó a ser uno de los mejores artistas de nuestra generación.

Convivir con las obras del museo supuso un privilegio único. Cuadros importantes, algunos imprescindibles en mi imaginario como el ya citado Équerre, de Tàpies, el Omphalo V de Palazuelo, el Abesti Gogora IV de Chillida, el Sarcófago para Felipe II, de Millares, Los Torner, Ruedas, Zóbel, Sauras, Semperes... las esculturas de Pablo Serrano, de Martín Chirino, todas y casa una de las piezas de la colección eran dignas de contemplar, vivir, estudiar. Y los dibujos de bibliotca o la hemeroteca, donde se recibían revistas y catálogos de todo el mundo. Además, por el nuevo museo ya habían pasado Alfredd Barr, primer director del MoMA de Nueva York o Tom Messer, director del Guggenheim.

Asimismo conocí en Cuenca a un jovencisimo Juan Manuel Bonet y a los pintores Gerardo Delgado, José Ramón Sierra y Juan Suárez, que venían de Sevilla. Con todos ellos continuó en el tiempo una buena amistad y seguimiento de sus logros profesionales.

Desde años antes de todo esto, y por razones de familia iba a pasar alguna temporada en Cuenca, sobre todo en verano. Allí, en 1959, pude acceder en la Galeria MAchetti a una reveladora muestra de Gustavo Torner. Creo que fue la primera exposición abstracta verdaderamente importante que contemplé y me pareció de inmediato el camino que deseaba seguir. Volví en varias ocasiones, esa obra capital me transmitió seguridad ante la decisión de llegar a ser pintor. Aquella exposición era como un oasis en Marte y eso que la ciudad de Cuenca, entonces más que ahora, era sucesiva y hermosa fuente de estimulos estéticos. La presencia de la obra de presentaba Torner era densa y fuerte, la mayoría de sus cuadros estaban compuestos con sencillez por dos planos rectangulares: el de arriba mostraba un fondo más liso y el inferior estaba elaborado con profundas texturas, realizadas con materiales orgánicos, ramas o paja incorporadas a un magma de látex y arena, o bien con herrumbosas chapas de hierro. Los dos elementos el de arriba ligero como un cielo ( sin serlo ) y el de abajo como la tierra ( tampoco lo era ), construidos impecablemente, extendían sus dos espacios que se integraban creando un orden gravitatorio como de naturaleza o paisaje. EL silencio y la voz, o los ecos, briznas de sucesivas alusiones a morfologías como raices contrastaban con la planitud del gran rectángulo bajo el que reposaban. No parecía haber relato alguno pero sí una aceptación de la propia existencia dle cuadro.

El estudio de Torner era,  y seguramente lo seguirá siendo, un lugar precioso, construido y ambientado como otra obra de arte, ya de por sí emocionante. En aquellos era un punto de encuentro al que acudían intelectuales y artistas, como Fernando Zóbel, el más asiduo, o los Saura, Antonio el pintor y su hermano Carlos el cineasta, que a su vez traían personajes muy relevantes y a quienes tuve también ocasión de escuchar y observar. Entre los pintroes, Gerardo Rueda, Manolo Millares, Carmen Laffón, Eusebio Sempere, Antonio Lorenzo... artistas en los que creía y a los que estudiaba con toda mi admiración. En esas reuniones, entre personas del más alto nivel, en las que uno siempre quisiera estar, se hablaba de arte, música, poesía, literatura, de todo aquello que podía ser del mayor interés para mí. Estaba terminando Bellas Artes y acceder a esos diálogos era un verdadero privilegio.
Gustavo casi siempre ponía múscia, que se escuchaba con inteligencia y devoción: Stravinsky, Berg, Monterverdi... jazz también, aunque no se olvidaba tampoco a los Beatles. Comentaban, entre otros a escritores como Teilhard de Chardin, san juan de la Curz, Borges, o T.S. ELiot, al que especialmente Zóbel y Torner aludían con pasión y alq ue Gustavo homenajeó en diferentes trabajos que me transmitieron su emoción.
La pintura de Torner me atría por su despojamiento, por su capacidad de hacer vibrar los elementos que empleaba, estableciendo un nexo poético entre las relaciones geométricao-compositivas y los aspectos orgánicos de lamaetria: su incesante pero serena búsqueda de lo esencial.

En viajes posteriores procuré visitar aquellos lugares que comentaban, como el jardín zen Ryoan-ji, en Kyoto; ciudades y museos para contemplar una obra especial, como la Batalla de Issos de Altdorfer en Múnich; los Friedrich de Berlín y Hamburgo... Estos y otros referentes no solamente ampliaron la base de mi formación sino que constituyeron, en mis años como profesor, una línea de pensamiento que continué transmitiendo con las enseñanzas y el estilo intelectual que marcaron mis maestros.

Gerardo Rueda no dejó de influir en mi trabajo incipiente, sobre todo sus grandes monocromos blancos. Junto a Sempere y Torner, parecían los más proclives a estructurar, a construir sus obras a partir de  sólidas redes compositivas, espacios equilibrados y sentidos al mismo tiempo. Pero el complejo pictórico d elos otros artistas que reunía el museo, también se basaban, como lo hacían Antonio Lorenzo y el mismo Zóbel, en un secreto  orden, en la más estricta geometría a veces.
Ahora resulta extraño concebir el mundo del arte español sin aquel grupo de pintores de semejante nivel artístico e intelectual y que llegaron a ser la clave para establecer la modernidad en la plástica de aquella España provinciana de los años cincuenta y sesenta. Sin olvidar, claro está, la omnipresente influencia de uno de los más grandes pintores, Antoni Tàpies, y de esultores  Oteiza y Chillida.

Fernando Zóbel, refinado y cultísimo, tenía un alto sentido de la didáctica, y siempre estaba dispuesto a comentar, a explicar las obras de arte con gran claridad, y a aclararnos con suma paciencia lo que de importante o poco conseguido tenía un dibujo o cualquier de nuestros intentos pictóricos. En el museo disponíamos de un espacio para trabajar, además de su biblioteca  y hemeroteca actualizadas. Teníamos cerca a los mejorees profesionales del momento en España, y la formidable obra de esa generación en la colección del museo para contemplarla y estudiarla. Aquellos tiempos entorno a la inguarción del museo fueronmágicos, muchos de estos artistas tenían casa en la zona alta de la ciudad, casa que eran pequeños museos en miniatura. Podíamos contemplar desde pinturas chinas del siglo XV en casa de Zóbel, hasta móviles de Le Parc en casa de Sempere. Muchas de las visiones, de las esperiencias vitales que me fueron dadas en la niñez y adolescencia, parecían haberse consolidado allí. EL ejemplo de los maestros citados me llevó a comenzar la primera etapa pictórica que reconozco como el arranque de mi obra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

INTERESADOS

CONTENIDO